Reflexions

Llorar para curar

Lo que no he llorado en años lo lloro ahora, cualquier situación por más o menos intensa o cercana que me sea, desencadena un nudo en mi garganta que sube como un tsunami de lágrimas hacia los ojos. Entonces intento aguantar fijamente la mirada de tal manera que la lágrima no caiga, mientras busco un pensamiento neutro que me libere del dolor de corazón y relaje el entrecejo.

Temo los próximos días llenos de celebraciones escolares, deportivas y familiares porque sé que me va a subir nuevamente el sentimiento hacia los ojos y deberé recurrir al proceso de autocontrol que intuyo no puede ser demasiado bueno porque va contranatura.

Y te preguntarás qué me hace retener la expresión de la tristeza, del dolor y de la alegría también.

Muy sencillo, el llanto me invade contracorriente, sin coincidir con el de los demás y, consecuentemente, me siento sola en la emoción. Esto me hace sentir incómoda y visible, justamente cuando prefiero pasar más desapercibida que nunca. Diría que voy desbordada de sentimiento.

Hace ya varias semanas que la hormonoterapia me tiene frita a sofocos y cambios de humor y, seguramente, también es parte responsable de esta hipersensibilidad que me invita a llorar. Pero siento que algo de fondo está pasando dentro de mí aparte de los efectos secundarios de unas pastillas.

Aunque no he dejado de ser optimista y alegre me siento falta de energía. Algo también como a oscuras de una primavera esplendorosa y luminosa pero que  esconde una cierta desazón.

Siento el peso de mi sombra como una losa anacrónica que llora aventuras y posibilidades agotadas. Siento también la presión de estas pérdidas como un puñetazo en el corazón, que lo deja aturdido y melancólico.

Quizás llorar se convierte en una invitación a recordar que debo pasar el luto de la enfermedad del mismo modo que hace un año sentí la necesidad de buscar los motivos de la enfermedad. Hay que escuchar al cuerpo y tener presente que todo lo que la mente se encarga de esconder bajo el olvido, el cuerpo tiene memoria y busca la manera de escupir hacia fuera el poso del dolor que aún queda dentro. Bienvenidas pues las lágrimas, dejémoslas caer sin complejos, con toda libertad, porque es muy probable que, a veces, haya que llorar para curar.
Salud,

M

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